Conociendo a María

La virgen María en el plan de Dios: Creada por Dios para asociarla de manera única a su plan de Redención, es para nosotros el medio por donde nos llega la vida divina. Y si Dios mismo ha querido derramarse sobre la humanidad a través de María, en la Encarnación, ¿qué gracia habrá que Dios no quiera darnos a través de ella? Acudamos a ella con confianza filial.

 

María la inmaculada, y toda santa: En la Sagrada Escritura encontramos algunas referencias (aunque no directas) a la Virgen. El primer pasaje escriturístico que contiene la promesa de la redención menciona también a la Madre del Redentor: “Yo pondré enemistad entre ti y la mujer y su estirpe; ella aplastará tu cabezacuando tú aceches para morderle su talón” (Génesis 3:15). Por otra parte, en el evangelio de Lucas, el saludo del ángel Gabriel, lc1:28 indica una alabanza a la abundancia de gracia, un sobrenatural estado del alma agradable a Dios que encuentra explicación solo en la inmaculada concepción de María.

La anunciación: El tiempo se detiene. María reconoce el querer de Dios para Ella: su colaboración libre en una empresa divina. Percibe que su maternidad va ser de una calidad especial; ser la madre del Rey de Reyes, del Salvador, pero sobre todo ser madre del Hijo del Altísimo, ser madre de Dios; porque la maternidad hace referencia a la persona, y Ella introducirá al Hijo sempiterno en la vida de los hombres. María tuvo que ser plenamente consciente de lo que estaba pasando y de lo que se le pedía: no será un elemento pasivo en la gran tarea de la redención. Y, desde una inteligencia preclara, sin la tiniebla del pecado, ve con claridad meridiana la grandeza de lo que se le pide. Aunque tendrá conocimiento más claro en la profecía de Simeón. Pero ve, sobre todo, el gran derroche de Amor en el mundo. El mundo espera su respuesta. La espera Adán y Eva desde el seol, la esperan los patriarcas, los ángeles, el cielo está en suspenso ante la respuesta de María. Los segundos se hacen eternos. Cuando de pronto surge de su boca el sí con acentos de entrega y fe consciente y amorosa:

«Dijo entonces María: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Y el ángel se retiró de su presencia»(Lc 1, 38).

Y el Verbo se hizo carne en sus entrañas virginales. El Espíritu forma la humanidad de Jesús y la une al Verbo. La Humanidad llega a su punto más alto: Dios se ha unido al hombre en Jesús. No hay cumbre mayor a partir de entonces. Y el gozo embarga el corazón de María llena de Dios, que además de hija de Dios Padre, es, desde entonces, Madre de Dios Hijo.

María la madre de Dios: para la Iglesia católica, María es Madre de Dios en cuanto es verdadera madre de Jesús que es Dios. María no engendró al Verbo (segunda persona de la Trinidad) ya que, como Dios, es eterno, pero sí a Jesús que es el Verbo hecho hombre. El razonamiento que se sigue es común a todo ser: Una madre no engendra el alma sino sólo el cuerpo de su hijo, pero aún con la unión de alma y cuerpo es llamada madre de él. Así María es llamada Madre de Dios ya que engendró el cuerpo de Cristo que está unido substancialmentea la segunda persona de la Trinidad. Esta maternidad divina, dentro de la teología católica, es la base de todas las prerrogativas que tiene María, siendo la de más alta dignidad

María siempre Virgen: La virginidad de Santa María puede entenderse en un triple sentido: Virginidad de mente, es decir, un constante propósito de virginidad, evitando todo aquello que repugna a la perfecta castidad. Este es el llamado aspecto espiritual o de entrega total a Dios. Virginidad de los sentidos, o sea, la inmunidad de los impulsos desordenados de la concupiscencia. Este es el llamado aspecto moral. Virginidad del cuerpo, esto es, la integridad física jamás violada por ningún contacto de varón. –  era virgen al concebir a Nuestro Señor (antes del parto);- fue virgen al dar a luz al Señor (en el parto)- permaneció virgen después del nacimiento de Cristo (después del parto).

María copera en la obra de la redención con Cristo: María se ofrece totalmente a la Persona y a la obra de Jesús. Por la gracia de Dios, María permaneció inmune de todo pecado personal durante toda su existencia. Ella es la «llena de gracia» (Lc 1, 28), la «toda Santa». Y cuando el ángel le anuncia que va a dar a luz «al Hijo del Altísimo» (Lc 1, 32), ella da libremente su consentimiento «por obediencia de la fe» (Rm 1, 5). María se ofrece totalmente a la Persona y a la obra de Jesús, su Hijo, abrazando con toda su alma la voluntad divina de salvación.

Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, números 97

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